El filósofo y economista austríaco Ludwig von Mises, desde 1927 advirtió que la tendencia de muchas personas hacia la militancia de ultraizquierda tiene raíces profundamente psicológicas. En su libro Liberalismo, Mises establece las raíces del antiliberalismo no son de orden racional sino producto de cierta disposición mental generada por dos patologías, una el resentimiento, y otra el complejo de Fourier, recordando a Charles Fourier, fundador de la escuela Falansteriana de la economía.
Al resentimiento es el menor de los problemas mentales de estas personas, Mises lo describe de la siguiente manera: “Está uno resentido cuando odia tanto que no le preocupa soportar daño personal grave con tal de que otro sufra también. Gran número de los enemigos del capitalismo saben perfectamente que su personal situación se perjudicaría bajo cualquier otro orden económico. Propugnan, sin embargo, la reforma, es decir, el socialismo, con pleno conocimiento de lo anterior, por suponer que los ricos, a quienes envidian, también padecerán. ¡Cuántas veces oímos decir que la penuria socialista resultará fácilmente soportable ya que, bajo tal sistema, todos sabrán que nadie disfruta de mayor bienestar!”
Pero el resentimiento puede ser combatido por medio de la lógica cuando se le hace ver al resentido que lo que a él en realidad le interesa es mejorar su propia posición, sin tener en cuenta si otros prosperen aún más.
En cambio, el complejo de Fourier es algo mucho más serio, ya que se trata de una verdadera enfermedad mental. Von Mises, que no era psicólogo pero sí un agudo observador de las acciones y conductas humanas, estudió esta perturbación mental y la describió de la siguiente manera:
“Muy difícil es alcanzar en esta vida todo lo que ambicionamos. Ni uno por millón lo consigue. Los grandiosos proyectos juveniles, aunque la suerte acompañe, cristalizan con el tiempo muy por debajo de lo ambicionado. Mil obstáculos destrozan planes y ambiciones, la personal capacidad resulta insuficiente para conseguir aquellas altas cumbres que uno pensó escalar fácilmente. Diario drama es para el hombre ese fracaso de las más queridas esperanzas, esa paralización de los más ambicionados planes y la percepción de la propia incapacidad para conseguir las tan apetecidas metas. Pero eso a todos nos sucede”.
“Ante esta situación, uno puede reaccionar de dos maneras: odiando la vida por haberle negado la realización de los sueños juveniles, o siguiendo adelante con renovadas esperanzas. Aquellos que aceptan la vida como es en realidad no necesitan recurrir a piadosas mentiras que gratifiquen su atormentado ego (...) Si el triunfo tan largamente añorado no llega, si los hados, en un abrir y cerrar de ojos, desarticulan lo que tantos años de duro trabajo costó estructurar, no hay más solución que seguir trabajando como si nada hubiera pasado. El neurótico, en cambio, no puede soportar la vida como en verdad es. La realidad resulta para él demasiado dura, agria, grosera. Carece, en efecto, a diferencia de las personas saludables, de la capacidad para seguir adelante, como si tal cosa. Su debilidad se lo impide. Prefiere escudarse tras meras ilusiones”.
Es así que von Mises llegó a la conclusión que la única manera de explicar la forma de pensar y actuar de los socialistas es considerando la vida como lo hacía Charles Fourier que sostenía en sus escritos que los bienes ofrecidos por la naturaleza eran superabundantes y no necesitaban ser economizados para asegurar a todos la abundancia y prosperidad. De allí deriva la confianza marxista en la posibilidad de un ilimitado incremento de la producción sin otro requisito que suprimir la propiedad privada.
O el que se puede gastar, y gastar, y gastar, sin ningún control y que se puede solicitar, y solicitar, y solicitar más aprobaciones de préstamos a la Asamblea Legislativa sin considerar que aumenta la deuda pública, lo que tiene consecuencias en el futuro del país.
Continúa Mises en su análisis sosteniendo que la mentira piadosa tiene doble finalidad para el neurótico. Lo consuela, por un lado, de sus pasados fracasos, abriéndole, por otro, la perspectiva de futuros éxitos. El enfermo se consuela con la idea de que si fracasó en sus ambiciones, la culpa no fue suya sino del defectuoso orden social prevalente. Espera que con la desaparición del injusto sistema logrará el éxito que anteriormente no consiguiera, dicho de otra manera, todo es culpa de los 20 años de ARENA y todo se resolverá con la llegada del Socialismo del Siglo XXI.
Contra esto no se puede emplear la lógica. Ello explicaría el por qué es imposible convencer a un marxista, aun cuando utilicemos los más sólidos argumentos para demostrarle su error. El neurótico se aferra de tal manera a su utopía que de tener que optar entre la ensoñación y la lógica, no vacila en sacrificar esta última, pues la vida, sin el consuelo que el ideario socialista le proporciona, resultaría insoportable.
Efectivamente, el marxismo le dice al fracasado que de su fracaso es por culpa de otros, no de él mismo, que es de la sociedad o de anteriores gobiernos. Este consuelo les permite recuperar su perdida autoestima, liberándolo del sentimiento de inferioridad que, en otro caso, lo atormentaría.
Recordemos que los textos socialistas no sólo prometen riqueza para todos, sino también amor y felicidad, pleno desarrollo físico y espiritual y, oh sorpresa, la aparición de abundantes talentos artísticos y científicos.
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